Desde que mi hijo cayó enfermo, mi mayor preocupación ha sido protegerle, intentando por todos los medios que no sufra, y ofrecerle una vida la más normal posible.
Después de 3 años y medio de cirugías y tratamientos, ante el progreso de la enfermedad y el estado general de mi hijo, ya no queda ningún camino mejor que otro, todos nos llevan al infierno. No hay escapatoria, sufrimos y vamos a sufrir más.
Nos han dicho: «debido a la operación, vuestro hijo tendrá dificultades motoras», y lo hemos aceptado.
Nos han dicho: «con la quimioterapia, perderá audición y vista y tendrá problemas hormonales» y lo hemos aceptado.
Nos han dicho: «con la radioterapia perderá capacidades cognitivas (no será médico ni ingeniero), su tamaño de adulto será 15-20 cm por debajo de lo que hubiera sido y su tronco será más corto de lo normal» y hemos firmado.
Poco a poco, hemos tenido que rebajar nuestras expectativas acerca de las condiciones de vida nuestro hijo.
En cada tratamiento, hemos renunciado a algo.
En cada tratamiento, hemos entregado algo: su melena dorada y ondulada, su cuerpo atlético y ágil, su agudeza visual y auditiva, su capacidad intelectual, su…
Nada ha sido suficiente.
Tengo que recortar el presente en trocitos cada vez más pequeños para no ahogarme: «Ahora vestirse, ahora comer, ahora la compra, ahora un pasito y ahora otro…»
Y lo peor es que no puedo disfrutar de mi hijo. No tengo ganas de hacer nada. La sensación de mi corazón herido lo invade todo y solo hay tregua cuando duermo.
Dicen que cuando te anclas en el presente…
Estoy buscando en el presente, que pare mi mente, sólo sensaciones, la luz, el calor del sol en mi rostro, el canto de los pájaros, la dureza de la silla, el suelo bajo mis pies, el sonido de mi respiración, el movimiento de mi respiración. Tiene que estar allí, lo que busco, lo que todos buscamos. Solo puede estar allí, o sea aquí dónde estoy yo, aquí ahora.
No hay que ir a ningún sitio, no hay que buscar nada, no hay necesidad de distraerse ni de olvidar.
¿Me estaré volviendo loca? Los demás dirán. Yo ya no sé nada.
¿Cómo sería una vida sin dolor?
Cómo sería yo si mis padres no se hubieran divorciado, si me hubieran dado lo que necesitaba, si no hubiera caído en la depresión, si hubiera tenido confianza en mí misma, si mi hijo no hubiera tenido cáncer … cómo sería yo?
¿Qué haría que tenga más sentido de lo que estoy haciendo ahora? Creo que nada más importante.
El dolor es una llamada. Si no la coges, lo pierdes todo, y sobre todo, te pierdes a ti mismo.
Ninguna vida es mejor que la de uno. No mires al de al lado. El otro también tiene lo suyo.
Tu vida es la mejor para ti, aunque no te guste.
Todos tenemos problemas, todos sufrimos, somos humanos.
Somos humanos.
OM
Aurélie Farina