Practicar asanas y pranayama, o meditar para mejorar nuestra calidad de vida, es como estudiar para el examen.
El año pasado, en mi carrera hacia el super «yo», hice un curso para aprender a navegar.
Había mucho material teórico, la verdad es que me costó hacerme con el vocabulario y aprender a trazar rumbos, calcular hora de llegada según la distancia a recorrer, la velocidad de la embarcación, del viento…
Lo que me dejó perpleja son dos cosas:
– El profesor, así lo dijo el primer día, nos preparaba para el examen. Lo importante no era saber navegar, sino aprobar el examen.
Y lo más llamativo es que hay determinadas preguntas que caían con frecuencia, que había que contestar mal, a posta, porque los examinadores son todopoderosos y pueden decidir lo que es correcto o no, independientemente de si coincide con la ley o no.
Más que perplejidad, lo que sentí fue total incomprensión y algo de rabia por formar parte de un sistema tan absurdo.
-Lo segundo es que solo tuve 3 horas de prácticas.
Y con el título conseguido se supone que puedo coger una lancha de hasta 12 metros y lanzarme a la mar.
He aprendido algo, pero no es lo que quería.
Tengo un bonito título, y puedo presumir, pero sigo sin saber navegar.
Si practicas yoga para tu dolor de espalda, tu estrés o tu digestión, está bien. Por lo menos haces algo antes de depender de pastillas.
Lo mismo con la meditación.
Pero el yoga y la meditación, originalmente, antes de llegar al carrito de la compra de los occidentales, tenían otro propósito mucho mayor.
A este objetivo tenemos que apuntar. Porque si no, nos vamos a quedar con el título, y seguiremos sin saber de verdad.
Aurélie Farina